viernes, 20 de mayo de 2011

LOS DOS HERMANOS.- CUENTO



Érase una vez dos hermanos gemelos criados en el mismo hogar, por el mismo padre. Compartían la dura experiencia de crecer bajo la tiranía, los injurias y los golpes de un padre alcohólico, autoritario e irresponsable. Frecuentemente el padre tenía problemas con la policía. Uno de los hermanos dejó la escuela y se convirtió en alcohólico. Se casó y actuaba como su papá con su familia, maltratándola. Apenas trabajaba y en repetidas ocasiones tenía problemas con la policía. Una vez, le preguntaron por qué actuaba de esa manera. Él contestó: - Con un padre y una infancia como la que tuve, ¿Cómo hubiera podido ser distinto?

El otro hermano, a pesar de la misma crianza difícil, nunca dejó de estudiar. Se casó y era un esposo atento y un buen padre. Se volvió un empresario exitoso que aportaba mucho a su comunidad. Un día, le preguntaron a qué atribuía el éxito que había tenido en su vida. Él respondió: - Con un padre y una infancia así, ¿Cómo hubiera podido ser distinto?
Moraleja: No importa lo que te hicieron. Lo que importa es que haces tú con lo que te hicieron. Y eso lo controlas tú.

miércoles, 11 de mayo de 2011

UNA SONRISA TRAS LA TAPIA

Visitando una leprosería en una isla del Pacífico me sorprendió que, entre tantos rostros muertos y apagados, hubiera alguien que había conservado unos ojos claros y luminosos que aún sabían sonreír y que siempre decía «gracias» cuando le ofrecían algo.

Entre tantos «cadáveres» ambulantes, sólo aquel hombre se conservaba humano.
Cuando pregunté qué era lo que mantenía a este pobre leproso tan unido a la vida, me dijeron que lo observara por las mañanas.
Y vi que, apenas amanecía, aquel hombre acudía al patio que rodeaba la leprosería y se sentaba enfrente del alto muro de cemento que la rodeaba. Y allí esperaba... esperaba... hasta que, a media mañana, tras el muro, aparecía durante unos cuantos segundos otro rostro, una bella mujer que se paraba al frente y le sonreía con una hermosa y amplia sonrisa. Entonces el hombre respondía a esa sonrisa, sonriendo también.

Luego, la mujer desaparecía y el hombre, iluminado, tenía ya alimento para seguir soportando una nueva jornada y para esperar a que, al día siguiente, regresara el rostro sonriente.
Era su esposa. Cuando lo arrancaron de su pueblo y lo trasladaron a la leprosería, la mujer lo siguió, y se instaló a vivir en el pueblo más cercano a la leprosería. Y todos los días acudía para continuar expresándole su amor. «Al verla cada día - me dijo el enfermo - sé que todavía vivo.»

Muchos viven gracias a tu sonrisa, a tus palabras, a tu esperanza, al cariño que les puedas dar. No bajes los brazos. No dejes de sonreír y de tratar bien a los demás.

viernes, 6 de mayo de 2011

Cuento EL ARBOL DEL DESEO

Una vez un hombre estaba viajando y entró al paraíso por error. En el concepto indio del paraíso, hay árboles que conceden los deseos. Simplemente te sientas bajo uno de estos árboles, deseas cualquier cosa e inmediatamente se cumple no hay espacio alguno entre el dese
o y su cumplimiento.

El hombre estaba cansado, así que se durmió bajo un árbol dador de deseos. Cuando despertó, tenía hambre, entonces dijo: “Tengo tanta hambre! Ojala pudiera tener algo de comida”. E inmediatamente apareció la comida de la nada simplemente flotando en el aire, una comida deliciosa.

Tenía tanta hambre que no prestó atención de dónde había venido la comida. Cuando tienes hambre, no estás para filosofías. Inmediatamente empezó a comer y la comida estaba tan deliciosa! Una vez que su hambre estuvo saciada, miro a su alrededor. Ahora se sentía satisfecho. Otro pensamiento surgió en él: “Si tan sólo pudiera tomar algo!” Y por ahora no hay ninguna prohibición en el paraíso, de modo que de inmediato apareció un vino estupendo.

Mientras bebía este vino tranquilamente y soplaba una suave y fresca brisa bajo la sombra del árbol, comenzó a preguntarse: “Que está pasando? ¿Estoy soñando o hay fantasmas que están jugándome una broma?” Y aparecieron fantasmas feroces, horribles, nauseabundos. Comenzó a temblar y pensó: “Seguro que me matan!” Y lo mataron.